Algunas noches es distinto y el insomnio es casi reparador. Es cierto que hay ciertas condiciones que influyen: preferentemente sola, lo más desnuda que sea posible, boca abajo, una pierna semiflexionada, nada de almohadas, un brazo colgado fuera de la cama. Y los ojos abiertos.
Entonces no importa del todo no poder dormir, y aunque los listados que arme sean igual de pendientes que en los otros insomnios es como si simplemente fuera un espacio para pensar en todo eso: sin -casi sin- valoraciones enroscadas y -sobre todo- sin urgencias de resolución.
Entonces que yo llame y ella no responda, que me cueste tan irremediablemente decir que no, que no tenga respuesta -o ganas de responder- a los reproches, que él siga escribiendo aunque yo no conteste, que a él -otro él- le importe lo que escribo, que ella parezca tolerar tan bien la idea de mi muerte, son hechos rotundos y a la vez simples anécdotas. Pero no hace falta decidir nada. Y pensar en eso no lastima.
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