Él dijo -Dios mío, hace veinte años- "te preocupás demasiado, hacés mares de lagunas". Él -no el mismo él- dijo hace relativamente poco "estamos acostumbrados a que seas un poquitito -le encantan los diminutivos- exagerada".
Pero pero pero. No soy ni un cuarto, ni un maldito y conchudo puto cuarto exagerada. Soy más bien tranquila, aunque parezca exaltada, la mayor de parte de las veces creo que las cosas van a salir bien, incluso cuando estoy desbordada (últimamente demasiado seguido) y todo parece al verdadero borde del colapso.
Y hay algo ahí -algo de esas cosas que no puedo definir- imposiblemente molesto. Algo tramposo en esas frases, algo del orden de "ni vos te estás creyendo que es así". Y yo sí me creo que es así. Porque no miento, de verdad no miento, en ese punto.
Como si fuera una coartada para ellos mismos: "es demasiado complicado este rollo de ella entonces no voy a enroscarme" "igual sos un poquito exagerada" "me parece que estás haciendo mares de lagunas".
Hoy realmente los odio profundamente. Al de hace veinte años, al de hace trece, al de hace quince y al de hace cinco horas. Aunque seguramente todos ellos lo minimizarían y dirían que lo mío es una exageración.
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