La primera conversación fue a eso de las cinco de la tarde, en un día en que esa hora para mí se parecía más bien a las once de la noche. Ya ni me acuerdo cómo llegamos a eso, pero yo dije algo así como que hace diez años yo era muy -dije "muuuuuuuuuuuy"- otra y que la que soy ahora "es" desde hace unos cinco.
Fue raro, porque de repente poner en palabras algo que yo necesariamente sabía más que bien se transformó en una suerte de revelación que no me pude sacar de la cabeza ni en el eterno viaje de 15 cuadras en el 118 ni en las quincemil estaciones de subte hasta mi casa, ni en el viaje en auto con Manuel y Vera.
Y por supuesto que la causalidad es construida, pero cuando salí de la librería con el cochecito y Manu bastante por delante y literalmente me topé con él, eso mismo que tenía en la cabeza de golpe se cristalizó con una nitidez tal que no me repongo de lo violento que lo sentí. No porque el encuentro haya sido violento, que él no sería capaz de tal cosa (y menos que menos enfrente de todos en pleno "corazón" de Belgrano R). Intercambiamos los lugares comunes del caso... y yo lo vi tan viejo -con sólo siete años más que yo- como hace cinco años atrás. Exactamente igual a sí mismo. No porque el tiempo no hubiera "pasado" para él, sino porque él mismo parecía irremediablemente en el mismo sitio. Me imaginé ese almuerzo de hace seis años y estuve totalmente segura de que él repetiría la escena. Pero yo no. Y no porque hayan pasado seis años y esté "más madura" sino porque no soy más esa mina. Así de simple, así de complicado.
Ojalá supiera qué fue lo que (me) pasó hace cinco que cambió tanto las cosas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario