Salgo de casa tratando de seguir al pie de la letra la consigna de cuidarme, que el día ya viene denso y yo tengo mis propensiones. Por supuesto, no festejamos el día del amigo -que para eso somos bastante superaditas- sino el fin del cuatrimestre, el inicio de un tiempo un poco más tranquilo y la heladera nueva de S. Pero somos cuatro amigas en el día del amigo haciendo fideos en una cocina demasiado chica, y lo bastante tristes como para reírnos de casi todo, aun sabiendo cuánto nos importa.
Así que de una en vez contamos nuestras semanas -aunque yo empiezo un poco más atrás-. Ya estamos lo bastante borrachas para no esconder ni los detalles más dolorosos. A cuenta su eterna historia con L y C; S llora sus devaneos profesionales, P habla de su tristeza de años. Y yo cuento los últimos días -del jueves 12 para acá- y hablo de todos ellos, y de esta sensación constante de que la brisa más suave podría hacerme llorar. Y hablo también de esto que escribo, y de lo que escribía a los 16... y ella me pregunta: ¿para quién escribís, Ana?
Y yo, de verdad, no tengo una respuesta para eso.
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