Llega vacío a Federico Lacroze pero es imposible respirar. Me paro lo más cerca de la puerta que puedo, pero aun así es muy lejos y hay demasiada demasiada demasiada gente. Pasan las estaciones y es obviamente peor. Pido disculpas, n veces, y a mi derecha ella me pide disculpas. Yo me río, digo que está todo bien y ella se ríe también. Y entonces cada vez que nos empujan nos reímos, y estamos cada vez más lejos de la puerta. Y yo digo que bajo en Pueyrredón y ella, que está lejos pero más cerca de la puerta que yo me dice que también. Entonces, desde abajo, la chica que está sentada a la altura de ella dice que también tiene que bajar ahí. Y nos reímos las tres. La primera de ellas nos mira y dice fuerte: "si no nos dejan bajar grito". El subte llega a Pueyrredón, la gente se agolpa, la chica de mi derecha avanza y yo hago lugar para dejar pasar a la que está sentada que sale delante mío mientras trato de llegar a la puerta. Ella sale primero, pero de golpe me agarra del brazo y tira de mí, y yo milagrosamente piso el andén. Lo gracioso es que la chica de mi derecha nos está esperando. Y subimos las tres las escaleras mecánicas. Muertas de risa.
Es solamente eso. Pero es lunes y el día empieza un poco diferente.
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