Es espiralado. Yo digo cosas como: "bueno, yo soy esta". Pero resulta que voy en un taxi que dobla desde 9 de julio por Independencia y que necesariamente cruza San José. Entonces yo no digo "yo trabajaba ahí". Pero pienso en él y -al revés- pienso que sigo siendo esa (esa otra).
Pienso en ese libro en especial -aunque me unen a él más que unos cuantos-, vuelvo a leerlo casi desesperadamente, lloro con más angustia de la que yo misma reconocía en mí.
Y es que en un punto -exactamente al revés que con DB- si pienso en la conversación del verano pasado lo único que puedo pensar es que seguíamos siendo los mismos. Y que por eso después de ese reencuentro telefónico ninguno volvió a hacer una llamada. Algo así como: "seguimos siendo tan cobardes".
Y entonces yo paso en taxi por la esquina de San José, y vuelvo a leer el libro mientras lloro desconsoladamente (sí! ya sé que tenía más de 100 motivos además de ese) y esgrimo con total convencimiento que soy distinta de esa que era.
Pero.
Y entro en otras librerías y hablo con otros libreros -o con viejos amigos devenidos en-, y leo con tanta ingenuidad que es casi doloroso.
Y pienso que soy tan asombrosamente todavía esa... como una resaca de buen vino... irremediablemente triste.
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